jueves, 24 de mayo de 2012

Escribir.

A los que les gusta escribir me entenderán. 
A veces tenemos tantas cosas que decir, tantas historias que contar, pero no nos salen las palabras correctas. 
Buscamos que nuestra mano, mientras sostiene la lapicera posada sobre el papel, comience a realizar trazos dejando al libre albedrío nuestra inspiración. 
Buscamos que nuestros pensamientos más profundos fluyan por nuestro cuerpo, traspacen la lapicera, y se plasmen en lo que luego será una catarata de sentimientos, una historia de vida. 
Cerramos los ojos tratando de canalizar las palabras, tratando de que las más bellas melodías compuestas por letras no se escapen de nuestras manos. 
Nos acordamos de aquella historia que nos contaron de pequeños, y lo mezclamos con nuestra propia historia. 
Buscamos los párrafos indicados, para poder generar una armonía, y que ésa armonía llegue al corazón del lector. 
Buscamos que cada renglón toque el corazoncito del que se toma la molestia de leernos, que lo haga remontarse a viejas épocas, a experiencias vividas, o simplemente a una vida que nunca imaginó. 
Pretendemos que los más profundos sentimientos se derritan y luego queden congelados, y así aquellas palabras que hoy prendieron una llama en unos, puedan prenderla en otros. 
Pero por momentos la vida nos pone trabas, nos colapsa la mente, y la lapicera deja de caminar sola.
Sentimos que las palabras quedan atragantadas, y los recuerdos, las historias, y las experencias quedan atrapados en nuestro cuerpo. 
Sentimos que la respiración se acelera.
Nos dan ganas de gritar, pero sabemos que nadie nos va a escuchar. 
Nos desesperamos porque sentimos que todo nos supera y no encontramos la salida.
Nos sentimos como en un laberinto, corremos, corremos, pero es indistinto porque no se termina el camino.
Es por eso que escribimos. 
Escribir es una terapia, es descargar todo lo que nuestra mente y nuestro corazón generan, es desahogarnos, es gritarle al mundo lo que nos pasa, lo que nos cuentan. 
Escribir es volver a respirar, a regularizar la respiración. Es abrir ojos de otros desde un rincón, desde donde paradójicamente nadie nos ve, sólo somos letras en un papel. 
Cuando nos ahogamos por nuestros pensamientos, hacemos esto, nos animamos a escribir sobre nosotros. 
Yo hoy estoy sin palabras. 
Les recomiendo que escriban sobre ustedes, y así con el tiempo todo será no más que un suspiro.